Artículo original escrito por Jacqueline
Sinceramente, no sé por dónde empezar. Es difícil encontrar palabras cuando el corazón se resiste a aceptar una noticia que marca un antes y un después para todos los que amamos el rock y el metal. El 22 de julio de 2025, a los 76 años, falleció Ozzy Osbourne. Y aunque sabíamos que era humano, todos teníamos la secreta convicción de que sería eterno. Porque Ozzy no era solo un músico, era un símbolo, una leyenda viviente que parecía desafiar las reglas de la biología, del tiempo y de la lógica.
Cada uno de nosotros guarda una historia, una emoción, una fiesta salvaje o una noche de excesos ligada a su música. Porque Ozzy fue mucho más que el frontman de Black Sabbath. Fue ese niño de Aston al que su padre le vaticinó que haría algo muy especial o acabaría en la cárcel (y acertó en ambas), ese tipo que confesaba que no era el que más ligaba del grupo, el que celebraba fiestas descomunales con Mötley Crüe, el que desafiaba constantemente a la muerte y a los diagnósticos médicos... y sobrevivía. Porque su cuerpo, de alguna forma, aprendió a vivir en un equilibrio imposible entre el caos, las drogas y el genio.
Ozzy no solo dejó anécdotas legendarias, como aquella vez que le confesó a Zakk Wylde que nunca había tirado una televisión por la ventana y, segundos después, lo solucionaron. Lo más importante que nos deja es su música. Junto a los demás miembros de Black Sabbath, inventó el heavy metal, puso las bases del doom, y con ello, abrió la puerta a cientos de subgéneros que cambiaron el mundo para siempre. Si amamos la música como lo hacemos, en gran parte es gracias a él.